miércoles, 12 de agosto de 2020

2: Kill Baltasar (vol. 3)

    Sí, este soy yo. El Niño que ahora espera apostado tras el sofá que compró mi padre hace tres semanas. Hacía frío. Mucho frío. La estepa siberiana era un horno de leña comparado con el frío que producía, sin que nadie osara ponerle los puntos sobre las íes, ese sucio aparato de aire acondicionado. Solo un maníaco sería capaz de encender ese trasto en invierno, pero qué sabré yo lo que puede pasársele por la cabeza a un maníaco… 

    Pues claro que lo sé. Sé perfectamente lo que es lidiar con una mente torcida, lo que es que tu cerebro sea manipulado por una voluntad atroz… Lo que es que jueguen con tu infancia, hasta hacerla añicos a mordiscos y patadas. Si, con esto que describo, aún no sabéis quién soy… ah, amigo mío, cómo envidio tu inocencia. Permíteme que te la arranque: yo soy el Niño que se quedó sin regalo de Reyes.

    Imagino tu cara descomponiéndose, al más puro estilo de Munch, al recibir en tus ojos tan desgarradoras, mas verídicas palabras. Sí, así es. Se me fue negado un derecho universal, supuestamente irrevocable. Se me fue negada, ¡a mí, se me fue negada! La felicidad que todo niño debería disfrutar en una fecha como esta. ¿Mi historia quieres escuchar, infeliz? Mi historia te contaré, pero no intentes culparme de lo que te ocurrirá en cuanto termine de impregnar tu memoria de tales perturbadores recuerdos.

    Corría el año… ya ni recuerdo el número con exactitud. Espera, sí que lo recuerdo, si hago memoria… dos mil diecisiete. Siento mi poca pericia mental, cuatro años hacen estragos en el entendimiento del más pintado. Tres, que diga, disculpadme de nuevo. Pues eso, corría el dos mil diecisiete. El cinco de enero, para ser precisos. Ah, aún recuerdo, de tiempo en tiempo, un leve reflejo de lo que significaba ser feliz. Amigo, si vas a quedarte con algo de todo lo que te relate, que sea lo siguiente: atesora tu felicidad. Es un bien que el dinero no puede comprar. Bueno, en verdad sí, pero esa es otra historia. No, espera… esa es esta historia. Que me enrollo como una alfombra, dices… Tiene gracia. Sí, muchísima gracia…

    Cuando mi alma aún era capaz de albergar esa esencia, que la gente como tú llama esperanza, mi corazón deseaba con todas sus fuerzas poseer algo maravilloso. Los cantos de las… ¿nueve… musas…? ¿Eran nueve…? Bueno, las que sean, los cantos de las más o menos nueve musas no podían comparar su belleza ante el resplandor plateado que producía el contacto del astro rey con el deslumbrante metal de aquel patinete eléctrico. Ese escaparate, olimpo de la automoción ligera, servía como trono agamenónico de aquel prodigio de la tecnología. Speed Volt. El nombre en su bien encerado mástil era High Speed Volt, pero por algún motivo, preferí llamarle Speed Volt. A lo mejor si se le llamara High, la gente le llamaría, a mi veloz paso junto a ellos, ‘el Higo’. Esa es la razón por la que le llamé Speed Volt. Nada malo con llamarlo ‘el Higo’, pero no parecía un higo, parecía un Speed Volt. Entiendo que suene extraño, y tendrás que confiar en mi salud mental, amigo, aunque entiendo también que esto te suene a locura. Sin embargo, este pensamiento es de las pocas cosas que aún me mantienen cuerdo. O lo que más se le parezca.

    Presto me dirigí a mi padre, que se preparaba un cigarro con parsimonia. Pedile y pedile sin parar, pedile como nunca había pedídole nada en mi corta pero dura vida. Él me miró, sonriente. Con esa sonrisa que inspira confianza, pero no mucho. Abriendo su boca, coronada por ese mostacho con forma de murciélago, contestó:

    —Claro, hijo, mañana Baltasar te traerá tu patinete.

    Baltasar. Ese nombre. Ese conjunto de letras… cuánto daño, cuántas noches sin dormir, acuciado por las pesadillas que me producía, noche sí y noche también, ese conjunto de letras. El rey mago. El rey de la discordia, siniestro monarca de la decepción y la crueldad. El mago, ilusionista del engaño, malvado brujo que me maldijo desde esa misma noche. Desde aquella madrugada, todo en lo que había creído se desvaneció. Y todo… todo por Baltasar.

    Y una alfombra. Sí, has leído bien, amigo, una alfombra zaparrastrosa. Bueno, tú la llamarías alfombra. Yo prefiero llamarla por su nombre de pila: Destino. Pues iba yo dichoso, llegando a casa a brinco pelado, sabiéndome vencedor, depositando toda mi confianza, ¡mi confianza!, en aquel mitológico mago de Oriente, domador de camellos, donador de mirra, mientras bebía un batido helado… de vainilla y caramelo, sí. El chocolate nunca me ha gustado, aunque la nocilla sí. Curiosidades de la psique de alguien como yo, qué más quieres. Pues eso, que orgulloso marchaba, con mi vaso de plástico balanceándose a mi son, la pajita moviéndose de forma circular y uniforme alrededor del vaso, cual patinadora de velocidad, cuando la historia me puso en mi sitio. Cual Ícaro, caí de mi nube de vanidad, desplomándome sobre la dichosa alfombra, con tan mala suerte que el líquido semicongelado se filtró por los poros de esta, formando una mancha muy fea. En mi caso, las alas de Ícaro fueron mis cordones que, en mi soberbia, había elegido no atarme, ya que consideraba que el camino del coche a la casa era un sendero sin piedras lo suficientemente grandes o duras como para hacerme tropezar. Pero tropecé, amigo, tropecé de la forma más patética que puedes imaginar: con la sonrisa aún dibujada en el rostro, cuyo pincel no era otro sino el recuerdo del patinete deseado.

    Bronca curiosa cayó de mi padre. Que si sacar eso le iba a suponer un esfuerzo increíble, que menuda había montado… Lo de siempre, el castigo verbal leve, consecuencia de mi error. Pero lo que dijo a continuación, heló hasta el último capilar sanguíneo de mi cuerpo. Ruego discreción, pues esta expresión que voy a formular a continuación puede herir sensibilidades inexperimentadas.

    —Baltasar está mirando. Solo digo eso…

    Baltasar. Oh, cómo duele solo recordarlo. Me permitirás un momento para… vale, ya estoy algo mejor. Lo dicho, con esas ominosas palabras, mi padre terminó su regañina. Pobre de mí, que no sabría el significado de tan críptica amenaza hasta que fue demasiado tarde. Sin mucho más espectáculo por ambas partes, la cena fue servida. Un guiso de ternera con alguna verdura que otra. Guisantes. Sí, guisantes verdes flotando entre trozos de carne a medio cocinar. Mi padre siempre ha sabido que no me gustan los guisantes. Quizás por eso esta noche me los puso. Para avisarme de lo que tenía que ocurrir. Ingenuo de mí, me los comí sin rechistar. Sabían a derrota. Y a legumbre cruda.

    Una vez estuve bajo las sábanas, recibí mi tercer y último aviso. Como un profeta al que nadie quiso escuchar, se acercó a darme las buenas noches y, antes de apagar la luz, soltó su bomba:

    —Duerme pronto. Si no, Baltasar no vendrá.

    Ese fue mi gran error. No pude pegar ojo en toda la noche, esperando con ferviente emoción el momento en el que el alba devorara la oscuridad de la noche. Saltaría de mi lecho, con los ojos salidos de sus órbitas, correría al salón y allí estaría. El bueno de High Speed Volt, saludándome con ese maravilloso manillar encuerado. No dormir durante la noche tenía consecuencias letales para la salud, pero en aquel momento aún era un niño ilusionado, que daría su vida por su patinete eléctrico. Así pues, esperé a que la luz del Sol atravesara como un colador la persiana que, sin éxito, pretendía protegerme de un brillante despertar y, tal y como despierto lo había soñado en las últimas horas, galopé hasta llegar donde, como un corcel blanco, se encontraba mi patinete…

    Patinete. Sí, patinete, y punto. Era un patinete, sin más. Blanco como una tiza a medio acabar, con ruedas toscas, en comparación a los dos círculos áureos que eran las de mi soñado Speed Volt. Y hablando de Speed Volt, nada parecido a eso había rotulado en su mástil, sino ‘Deportes Paco’. Lo reconocí al instante. El establecimiento Deportes Paco era una tienda de deportes churripuerca del centro comercial. Baltasar… ¡Baltasar había ido a Deportes Paco! ¡Había hecho la decisión consciente de, no solo pasar de largo de la tienda que alojaba a Speed Volt, sino entrar en una tienda de segunda, a comprar, robar, tomar mágicamente, como demonios sea, un patinete que, poco le soplaras, se caería en pedazos! ¡Baltasar me había hecho eso! ¡Conscientemente, digo!

    Mi padre me soltó una excusa, más barata incluso que el patinete:

    —Baltasar se habrá equivocado, hijo. A ver si para el próximo año se lo puede permitir.

    ¡Y un rábano, el próximo año! ¡Tres años, tres! Tres años que se ha dedicado a jugar con mi corazón. Tres años en los que el brujo de Oriente ha estado eludiendo sus responsabilidades, hacia mí. ¡Tres años amargándome la vida, destruyendo mi salud mental, convirtiendo mi existencia en la pantomima que es ahora!

    Pero eso acaba hoy. Él me cree hundido, acabado. Pues no es así. Desde luego, no es porque él no lo haya intentado, eso seguro. Aquel patinete me transformó en el monstruo que soy ahora. Un monstruo que ha perpetrado su buen cúmulo de atrocidades. Desde aquel momento, me convertí en lo que los anuncios de quitagrasas llaman ‘grasa acumulada’. Porque da igual cuanto intenten frotarme, yo siempre estoy ahí. Puede que no recibiera regalos estos últimos dos años, pero en cada noche de Reyes, me llevé un trofeo. La barba blanca, y la barba castaña. He acabado con la vida de dos personas para llegar hasta donde estoy. Solo me queda uno. El último.

    Al cual espero esta noche. El último que me falta. Y cuando lo vea llegar, montado en su dromedario… voy a matar a Baltasar.

    Ya puedo oírlo, con sus sucias pisadas, cubiertas de arena del desierto. Es mi momento. Lo siento, padre, por haber dudado de ti. Es evidente que estabas siendo coaccionado. Pero hoy, esta familia sale del ciclo sin fin de violencia y muerte en el que él nos introdujo hace exactamente tres años. Ya viene el Rey Mago, caminito de su fin, olé olé Holanda, olé. ¡Holanda ya se…!

    Un momento… No puede ser… Tú…

    —¡High Speed Volt! ¡Papá, despierta, Baltasar me ha traído mi patinete! ¡Gracias, Baltasar! ¡Gracias, papá!

-------------------------------

Reto 2: Escribe una historia que ocurra durante el Día de Reyes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La niña de los vientos II

    El sol aún no se había levantado desde el Yaripon, cuando tres golpes fuertes y uno suave repiqutearon en la puerta de ligera madera. So...